Pedro Alfredo Disalvo nació en la Ciudad de La Plata el 22 de junio de 1955; según nuestra madre en una “época de bombas”. Nuestros padres, Galeana Di Francesco, italiana, ama de casa y Rodolfo Pedro Disalvo, médico cardiólogo, oriundo de Azul, formaron una familia con seis hijos.

“Bocha”, el segundo de nosotros, recibió desde bebé este apodo que lo acompañó durante toda su vida. Nuestra infancia transcurrió en el apacible barrio de Tolosa. Las mañanas y las tardes, Bocha las pasaba jugando al fútbol en cuanto potrero había. De chico comenzó su pasión por las colecciones: figuritas, bolitas, historietas, artículos deportivos, etc. A los cinco años ingresó a la escuela pública Nº 102 “Dardo Rocha”. El estudio nunca representó un problema para él, lo que le permitió el desarrollo de otras actividades como el deporte y jugar en el potrero.

Era fanático del Club Boca Juniors, pasión fomentada por sus vecinos. Los domingos mientras escuchaba la radio, dibujaba las jugadas tal cual las imaginaba. Así comenzó a acumular cuadernos con jugadas reales o inventadas en las que Rojitas, Marzolini, el manco Casa y hasta Ermindo Onega fueron protagonistas. Desde esa época, se caracterizó por tres cualidades: tesón, capacidad de concentración y destreza física. A los diez años, como varios de nosotros,  comenzó a concurrir a la colonia de vacaciones del Club Estudiantes. Por su habilidad con la mano y pie izquierdo, en ese ámbito se lo conocía como “El Zurdo”. Durante todos los años en la Colonia, recibió el premio al mejor Colono por su compañerismo y destreza en el deporte. Una anécdota pinta su innata habilidad: dos días después de haberse quebrado el brazo izquierdo, lo veíamos escribir perfectamente con la mano derecha.

Todo lo nuevo era “un desafío a muerte” para él, debía dominarlo en cuestión de horas. Por su garra y concentración, podía destacarse en cualquier juego en cuestión de minutos; apareció el “yo-yo” por ejemplo, y rápidamente supo todos los trucos. Con relación a este juego llegó a la final del torneo platense con tan sólo doce años. Lo mismo puede decirse del tinenti, la bolita, balero, metegol, etc. Este mismo don lo tenía con los instrumentos musicales: guitarra, flauta, armónica. Esa capacidad manual lo llevó a aprender a tejer en una sola tarde para justificar tener un espacio común con nuestra abuela. Cuando algo comenzaba a ser un desafío mayor o a resultarle difícil, doblaba la lengua para adentro y se la mordía.

Esa misma fuerza que lo llevaba al reto, también la tenía para enojarse. Desde temprana edad lo que más lo encolerizaba era cualquier situación que él considerara injusta. Este reclamo permanente de justicia hizo que nuestra abuela lo llamara “abogado de pobres y ausentes”.

En la adolescencia ingresó al Colegio Nacional de la Universidad Nacional de La Plata, donde desplegó su simpatía y su enorme compañerismo. Siempre dispuesto a una salida, una fiesta, un fulbito. Lo académico siguió sin ser un problema.  Continuó dedicándose con pasión a sus actividades extras, incorporó la práctica del ajedrez, distintos tipos de billar y, sobre todo, el ping-pong.  Para competir y divertirse con nosotros y con sus amigos, jugaba con la derecha dando varios tantos de ventaja, reservando la mano izquierda únicamente para partidos importantes o torneos. Acompañado por la guitarra, animaba las reuniones cantando a Serrat, Viglietti y todo el folklore. Coleccionaba boletos  capicúa, tenía cientos y los clasificaba en base a un criterio que él mismo había generado. Continuó con la práctica deportiva, jugó al básquet en el Club Platense, hándbol en el equipo del Colegio Nacional, pero donde realmente tuvo una actuación destacada, fue en el vóley, jugando desde pequeño en la primera de Estudiantes, ganó varios torneos, entre ellos la “Copa Morgan”. Incluso fue preseleccionado para integrar la Selección Argentina. Asimismo, representó al Colegio Nacional en distintas disciplinas deportivas: fútbol, básquet, hándbol y ajedrez. En 1973 integró el equipo de vóley que salió Campeón Argentino Intercolegial.

La época adolescente fue de mucha efervescencia, lleno de amigos y de novias, le gustaban todas las chicas y sus cumpleaños se caracterizaban por la presentación de una nueva novia, por cual mamá le decía “Bochita no me traigas más novias… cuando yo me encariño con una, vos ya traes otra”. Nuestros padres nos educaron en el mundo del pensamiento, la reflexión y el compromiso con el otro. Construyendo una familia atea y libre pensadora, donde la ética, la austeridad y la solidaridad constituían pilares fundamentales. Siempre la casa estaba abierta para cualquier amigo o familiar. El garaje nos convocaba, sucediéndose el scalextric, la mesa de ping-pong y las infaltables guitarreadas a medida que fuimos creciendo. En la casa de los Disalvo estaba absolutamente prohibido fumar, pero había libertad para todo lo demás. Diariamente nuestra mesa familiar albergaba a más de 12 personas. En ese ambiente las ideas fluían como torbellinos, las distintas opiniones, que normalmente conducían a confrontaciones, eran mitigadas por el afecto. Toda discusión concluía con la súplica de mamá “¡Basta chicos, no peleen más!”.

En 1974 Bocha ingresó en la carrera de Medicina, la que encaró y transitó sin dificultades. Los cuatro hermanos mayores, con muy poca diferencia de edad entre nosotros, compartimos la vida universitaria y a nuestros compañeros en nuestra casa, dando lugar a extensas charlas,  reflexiones y discusiones. El fervor político de la época y su sentido de justicia lo acercaron al Partido Socialista de los Trabajadores, donde comenzó una militancia a pura pasión, breve pero intensa. En una ocasión, cuando nuestro abuelo dejó su casa para mudarse a la nuestra, Bocha dijo: “por qué no donarla, a quien la necesite”.

Continuó con su entrega al deporte, jugando al vóley en la primera de Estudiantes, al básquet en la primera de Platense y al “fulbito” cuando pintaba un picado. Su colección de novias y su simpatía natural lo convirtió en ídolo de los “pibitos del barrio”. Les organizaba partidos de fútbol, interminables charlas y pensaba que no estaría mal ser pediatra. Una anécdota muestra muy bien esta relación con los chicos, a los cuales quería demostrarles que con paciencia, su perra salchicha “Tatiana”, ratonera por naturaleza, podía convivir con sus otras mascotas de la casa, ratitas blancas de laboratorio que él mismo llevó a casa. Largas horas amaestrando a Tatiana, para que domine su instinto y no se coma las ratas. Las presentaba de esta manera: “Tati-ratita, ratita-Tati” repetido hasta el cansancio. Mostrándoles a los chicos su logro, al darse vuelta, el instinto animal triunfaba. No obstante, al otro día insistía en lograrlo.

Con la llegada de la dictadura, la vida se ensombreció, la desilusión de esos años hizo que su militancia se discontinuara, refugiándose aún más en el deporte. Pasó a ser uno de los primeros jugadores profesionales de vóley para el Club Gimnasia y Esgrima de La Plata. La época se fue tornando más oscura, algunos amigos de militancia empezaron a desaparecer, otros decidían irse del país. Frente a la desaparición de un amigo muy cercano, dos de nosotros decidimos hablarle para convencerlo de partir. Él, con calma y convicción, nos respondió: “¡si yo no hice nada!, ¿por qué me voy a ir?” Me van a agarrar, me van a tener unos días y después me van a soltar. No puedo sentirme perseguido toda la vida”.

El 30 de junio de 1977, el año más violento de la dictadura en la ciudad de La Plata, Bocha se despertó temprano para rendir Microbiología, materia que aprobó con 8, y de la Facultad, ya tarde, se fue a entrenar. Entrada la noche, un grupo comando de alrededor de diez hombres armados hasta los dientes, que se auto denominó “fuerzas conjuntas”, irrumpió en nuestra casa buscándolo. Como Bocha aún no había regresado,  se instalaron a esperarlo, revisaron toda la casa, nos mantuvieron a todos de rehenes y comieron nuestra cena, mientras permanecidos separados en distintas habitaciones. Pasada la medianoche,  Bocha llegó, ordenaron al mayor de nosotros que abra el garaje y cuando Bocha entró el auto y bajó, se lo llevaron.

Hasta mediados de 1978, supimos, por el solidario y valiente testimonio de ex detenidos desaparecidos, que Bocha continuó con vida.

Nuestra familia, encabezada por mamá, quien se incorpora al poco tiempo al grupo de de Madres de Plaza de Mayo,  comenzó una infructuosa búsqueda, espera y vigilia, en la que se alternaron y sucedieron despachos oficiales, cuarteles y ministerios, marchas y plazas. Comenzó para nosotros un tiempo de silencio y de navidades y cumpleaños de ausencia. La esperanza de que Bocha volviera se mantuvo viva en nuestros padres hasta la llegada de la democracia. Después, solo silencio.

De Bocha nos quedan tantas cosas… sus ganas, su alegría, su fuerza. Su vivir tan intenso y apasionado ha dejado huella en nosotros, en todos los que lo conocieron y en las nuevas generaciones de la familia. No hay modo que él no esté presente.

                                                          Rodolfo, Susana , Alfredo, Roxana y Liliana

¿Adónde van los desaparecidos?

Busca en el agua y en los matorrales.

¿Y por qué es que se desaparecen?

 Porque no todos somos iguales.

¿Y cuándo vuelve el desaparecido?

Cada vez que lo trae el pensamiento.

 ¿Cómo se le habla al desaparecido?

Con la emoción apretando por dentro.

Rubén Blades