María Eugenia Sanllorenti Maru María Eugenia, Maru casi desde siempre, de pequeña era traviesa, inquieta y sonora. “Pizpireta y agraciada” al decir de un poema que le dedicó la abuela Clotilde, madre de Reinaldo, nuestro padre.

Siempre, fue sensible, solidaria, valiente.

Su viva imaginación se integraba maravillosamente con la imaginación de sus hermanos: Martín, Pedro y yo, Ana, en las gloriosas jornadas de juegos y aventuras compartidas.

Tenía ojos grandes, oscuros, que miraban profundo y una sonrisa inmensa y muy luminosa que le valía sobrenombres como “Ratín”, por ser entonces “lo mejor que hay en Boca” (Nota: Antonio Ratín fue un notable jugador de fútbol de ese club).

En verano, a la hora de las siestas obligadas (mamá Eva y papá Reinaldo nos mandaban a dormir para tener una horita de descanso), inventaba relatos que comenzaban con susurros para no hacer ruido y terminaban con las llamadas de atención gritadas por nuestros padres para que bajáramos el tono.

Siempre hizo entrañables amigos que como nosotros, la extrañan mucho.

Aunque yo le llevaba tres años, desde que recuerdo fue mi compañera de vida y compartimos tempranamente las amistades de la infancia, las excursiones por los techos de la manzana de nuestra casa, las trepadas a los árboles y las sierras, la construcción de casitas y ciudades con ladrillos de juguete, la ingeniería de lagos y canales cavados en los fondos de la casa de la abuela en Tandil, las largas historias en capítulos inventadas entre todos los hermanos más los amigos de todos: podíamos ser una familia viviendo en un barco, los dueños de un hotel en medio de la montaña nevada, una patrulla que salvaba niños en medio de una guerra, mosqueteros que arriesgaban su vida por recuperar una joya robada. También éramos buscadores de fósiles en las sierras y arquitectos de habitáculos hechos de ramas y paja en el campo. Atravesamos todas las puertas que abre la vida en una ciudad de provincia. Y las que estaban cerradas también, porque transgredir en compañía es una maravillosa forma de crecer.

Los hermanos Sanllorenti tuvimos la fortuna de conformar un pequeño clan compinche y aventurero. Jugamos mucho juntos, repartiéndonos roles con fluidez, además de incorporar en esto a los amigos de la escuela o el barrio. A Maru le gustaba el rol de la mamá en estos ensayos de vida.

Sólo veíamos televisión una o dos veces por año cuando visitábamos a nuestra abuela Fernanda (madre de nuestra madre) y a la tía Albita en La Plata: allí por unos días nos dábamos atracones de dibujitos animados.

A Maru le gustaba pintar, dibujar y hacer esculturas. Y lo hacía bien. Esta inclinación la llevó a hacer cursos en el Museo de Bellas Ares de Tandil. Le gustaba cantar y era muy entonada. Era mucho más dispuesta que yo para ayudar con la cocina o la mesa. Y también peleaba cuando lo sentía necesario.

Luego vino la adolescencia, el despertar de la sensualidad, las broncas, rebeldías y confidencias compartidas. Maru tuvo algo de precocidad y un poco de atrevimiento. Hizo suyas varias causas en la escuela, algunas de ellas provocadas por la falta de comprensión sobre esa edad de crisis por parte de muchos docentes que tampoco podían ver los tiempos que se delineaban con furia. Una de esas situaciones, causada por la necedad de una profesora y la incapacidad del cuerpo directivo, finalizó en la expulsión de tres alumnos en quinto año. Una de ellas era Carmen Calvo, su amiga del alma. Maru, junto a otros compañeros decidieron no asistir al baile de egresados en solidaridad con sus compañeros expulsados.

Que yo recuerde, tuvo dos novios en la escuela (uno después del otro, eh!) y despertó otros amores y pasiones. Construyó amistades indestructibles, sólo interrumpidas por la muerte.

Fue una hermana alegre, atenta, amorosa, luchadora y solidaria.

Cuando finalizó la secundaria, decidió estudiar arquitectura en la Universidad Nacional de La Plata. Allí vivió en los primeros años con la abuela Fernanda, la tía Albita y yo, que también estaba allí estudiando.

Era el año 1971, en el país gobernaba una dictadura desde 1966 y oleadas de manifestaciones populares de distintas formas reclamaban por justicia social y libertad. La mayoría de los estudiantes universitarios se sumaban a estas luchas, primero desde los reclamos por mejoras en los contenidos de enseñanza o mayor presupuesto. Luego, en el trabajo solidario en barrios populares y fábricas.

Maru asumió compromisos sociales y luego militantes desde los primeros tiempos de su paso por la Universidad. Recuerdo de ese momento los diseños de barrios de casas para sectores populares, discutidos acaloradamente en el comedor de la casa de abuela Fernanda.

Maru no quería un mundo con chicos en la calle, personas con hambre, sin techo o sin servicios de salud. Se hubiera indignado hoy viendo cómo se echa culpa y se criminaliza a adolescentes que no han tenido educación ni familia que pueda contenerlos y que sobreviven como pueden en medio de una trama de violencias de toda clase. Ella había decidido que el mejor sentido que podía dar a su vida era trabajar para que las cosas cambiaran.

En 1973 hubo nuevamente elecciones y esperanzas en el país. Se desvanecieron rápidamente.

En ese camino Maru encontró un compañero con quien se casó y con quien concibieron un hijo. En esa nueva etapa de su vida trabajaba además para hacer un aporte a la casa y era muy cuidadosa con los gastos, “gasolera” diríamos hoy. Era 1976 y en marzo los militares dieron otro golpe de Estado, iniciando la dictadura más sangrienta que ocurriera en Argentina. En noviembre de 1976 nació Manuel, el hijo de Maru y Carlos.

El 1 de diciembre Maru fue secuestrada en la calle, por patotas de hombres armados y sin identificación que recorrían las calles de La Plata y de todas las grandes ciudades del país. A pesar de la búsqueda incansable de Eva, nuestra mamá, junto con otras muchísimas madres, familiares y organismos de derechos humanos, no pudimos saber nada de ella.

Maru estuvo desaparecida desde entonces, hasta que 32 años después, en junio de 2009, nos llamaron integrantes del Equipo Argentino de Antropología Forense para comentarnos que habían podido identificar sus restos, entre los de otros jóvenes, encontrados en una fosa común de un cementerio de la Provincia de Buenos Aires. El análisis que los antropólogos de este organismo realizaron, en una tarea tremendamente difícil y de profunda humanidad, permitieron comprobar que todos ellos habían sido fusilados el 31 de diciembre de 1976.

La historia de María Eugenia Sanllorenti, es la de miles y miles de jóvenes que entregaron su vida porque querían un país más justo y más libre. Por esas historias hoy pedimos justicia, verdad y memoria. Como un homenaje y para que no vuelva a suceder.

Pero al mismo tiempo es la historia de Maru, que fue y seguirá siendo mi hermana, entrañable compañera de vida y de género, a la que echo de menos a cada minuto. Maru es esa parte que me seguirá faltando hasta el último instante de mi propia vida.

Ana Sanllorenti
Buenos Aires, setiembre de 2011


María Eugenia Sanllorenti, “Maru”, nació en La Plata el 22 de noviembre de 1953.

Segunda hija de Eva Fanjul de Sanllorenti y Reinaldo Luis María Sanllorenti.
Entre 1953 y 1971, vivió en Tandil con sus padres y tres hermanos: Ana, Martin y Pedro.

Cursó el nivel primario en la Escuela No. 1 Manuel Belgrano y el secundario en la Escuela Normal General San Martín, de Tandil.

En 1971 inició los estudios universitarios en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de La Plata.

Militó en la Juventud Universitaria Peronista.

En 1976 se casó con Carlos Massolo, compañero de militancia y Facultad y el 16 de noviembre de ese año nació Manuel, el hijo de ambos.

El 1 de diciembre de 1976 fue secuestrada y desaparecida en las calles de La Plata.

Su madre, Eva Fanjul de Sanllorenti la buscó de modo infatigable desde entonces y fue co-fundadora del grupo “Memoria en Democracia” formado en Tandil, que llevó a cabo un constante trabajo por la Memoria y la Justicia. Participó en los Juicios por la Verdad en la ciudad de La Plata.

Desde 1988, a familia publica recordatorios en Página 12.

En 2009 sus restos fueron restituidos a la familia por el Equipo Argentino de Antropología Forense. Por el trabajo del EAAF, se supo que fue fusilada en Munro, el 31 de diciembre de 1976, junto a 14 compañeras y compañeros.

En 2016 nació Simón, el hijo de Manuel y nieto de Maru.

En 2018 La Facultad de Arquitectura de la UNLP reparó los legajos de los estudiantes, docentes y no docentes desaparecidos y entregó copia a las familias.

Eva falleció el 5 de octubre de 2023.


En Villa Regina, un 22 de febrero de 2025

PENSARTE, MARU, PENSARNOS …

A pedido de Manu, nuestro hijo, te pienso para la memoria, para otres. Siento que pensarte desde nosotros es pensarte desde lo colectivo, pensarte desde tu sonrisa permanente que no lograron borrar, pensarte desde tu eterna solidaridad para con todes.

Te pienso compañera, militante universitaria, militante de la vida. Celebro la alegría con la que vivimos cada minuto de nuestra lucha para cambiar el mundo injusto y desigual que recibimos.

No puedo no pensarte como amiga, gran compañera de vida y sobre todo no puedo dejar de recordarte en la generosidad con que recibías, cuidabas y atendías a cada una de las personas que te rodearon. Nuestra pequeña casita de La Plata albergó a cuanta compañera o compañero llegó con necesidad de una cama, de un plato de comida o de una charla acompañante. A pesar de todo. Fuiste fuerte, libre, independiente y autogestora, dando siempre todo lo que tenías, todo lo que eras, con esa enorme alegría de vivir. Fuimos equipo, no fuimos complacientes. Son 30.000.-

Carlos Massolo (Jaimito)